El jueves 10 de diciembre amaneció con el Congreso de la Nación vestido de verde. Mujeres, lesbianas, trans, travestís e identidades no binaries, ocupaban las calles que rodeaban al palacio. Sobre avenida Callao, junto a puestos de glitter, emprendedoras vendían medias y tangas “aborteras”, tapabocas verdes y libros feminista. Las pantallas gigantes estaban apostadas una por cuadra, indicando el camino al lugar de la votación y transmitían lo que estaba sucediendo dentro del recinto. También había escenarios con bandas y DJs, puestos de hidratación para hacer frente a una jornada calurosa que promedió los 30 grados, otros de la Defensoría del Pueblo y de la brigada de Defensa civil que cuidaban a la marea que desde las primeras horas de la tarde iría subiendo cada vez más.
Mientras que afuera las primeras parrillas preparaban choris y bondiolas, y circulaba como el menú alternativo de hamburguesas vegetarianas y veganas, puertas adentro, a las once quince de la mañana, las diputadas y diputados comenzaban el debate del proyecto de ley para la legalización del aborto.
Del otro lado de la valla que dividía la Plaza Congreso, estaban los sectores “celestes” -autodenominados pro-vida y antiderecho para otros-, con menos presencia que del “lado verde”, llevaban muñecos de bebés crucificados y rosarios en las manos.
Frente al Congreso una mujer lleva en sus hombros a un niño que sostiene un cartel que parece hecho por él: “La maternidad será deseada o no será”. Se llama Santiago y tiene cuatro años, a su lado están sus hermanos; Cristóbal de seis e Ignacio de once.
– «Es el segundo año en el que venimos todos. Los traigo para mostrarles todo lo que no les enseñó su papá. Estar presentes, ser compañeros, en cualquier decisión que tome la mujer”, dice Jacinta de 36 años. Es madre soltera y trabaja en un templo judío en el barrio de Barracas donde dice que la «bancan muchísimo». Dice que no es religiosa y que tampoco les inculcó la religión a sus hijos: “creemos en Dios, a nuestra manera”.
Su hijo más grande, Ignacio, mira a su mamá y murmulla:
– «Para mí esta marcha está bien. Me parece muy lindo que tengamos igualdad entre los hombres y las mujeres”.
Un hombre parado en plena esquina de Rivadavia y Callao, entrega barbijos gratis y pone alcohol en las manos de cualquiera que se lo pida.